¿Podemos imaginar, aunque sea por un momento, lo que significa ponerse en la piel de un hombre, una mujer o un niño de Gaza?
Colaboración de Rabía Zbakh de Prodiversa para el diario La Opinión de Málaga

Israel mata a más de 50 gazatíes pese al anuncio de la tregua. / Efe
Las negociaciones para alcanzar un acuerdo de alto el fuego en la Franja de Gaza, tan esperado y necesario, por fin han visto la luz y han sido acogidas con alegría por una población devastada por la violencia y el sufrimiento. Una población que ha visto sus derechos mermados y enfrenta el reto de asegurar el futuro de toda una generación en Gaza, luchando contra el hambre, el frío y la reconstrucción de sus hogares, hospitales, escuelas y de toda una tierra devastada durante meses.
Pero ¿podemos imaginar, aunque sea por un momento, lo que significa ponerse en la piel de un hombre, una mujer o un niño gazatí? Quizá lo intentemos, pero la realidad es insoportable. Mientras el mundo entero observaba en silencio, vidas inocentes eran arrancadas en una masacre implacable, donde los bárbaros no discriminaban entre niños, mujeres o ancianos. Es una tragedia que se despliega frente a nuestros ojos y, aun así, parece que muchos se han acostumbrado a mirar hacia otro lado.
En Gaza, la gente no se sorprende por los bombardeos, el genocidio ni los ataques que no cesan. Conocen a su enemigo. Saben que Israel opera como una máquina de matar, sin compasión ni remordimientos. Disparar a un niño, a una mujer o a un anciano es un acto calculado, parte de un plan sistemático para exterminar y borrar del mapa al pueblo de Gaza.
El silencio ensordecedor de la comunidad internacional.
Sin embargo, lo que más duele a la gente en Gaza no es únicamente la violencia directa que enfrenta diariamente, sino el silencio ensordecedor del mundo. Ese silencio cómplice que convierte el sufrimiento en algo normalizado, como si las vidas en Gaza valieran menos o no contaran. Lo que más duele es la aceptación implícita de un genocidio que avanza sin freno, una normalización que deshumaniza y arranca al pueblo gazatí no solo sus derechos, sino también su identidad, su historia y su humanidad.
Lo que ocurre en Gaza no es solo una crisis humanitaria; es una herida abierta en la conciencia de la humanidad. Es un recordatorio de lo bajo que podemos caer cuando permitimos que la barbarie se convierta en rutina y que el exterminio sea silenciado por intereses, comodidad o indiferencia.
Es difícil hablar de esta realidad e imaginar que no es una ficción de terror ni una escena de acción en una película, sino la vida cotidiana de millones de personas en un rincón de este mundo que compartimos.