El espacio Málaga Solidaria de La Opinión de Málaga, que compartimos con Cruz Roja Málaga, Málaga Acoge, Arrabal e Incide, recogió el pasado domingo (21 de julio de 2019) el artículo de opinión de Ángela Sánchez Robles, trabajadora social de Prodiversa-Progreso y Diversidad. Puede consultar el artículo original aquí
Cuando hablamos de violencia de género la imagen que solemos recrear es la de una mujer golpeada, pero pocas veces se valora el impacto de esa violencia sobre los niños y niñas. Dejamos de pensar en una familia completa, impera la famosa ley del silencio. Se nos olvida que el impacto de situaciones de violencia en personas menores, sea ejercida de forma directa o indirecta, influirá en su desarrollo cognitivo, emocional y social.
Esta fue la temática del Taller Formativo sobre Hijas/Hijos de la Violencia de Género que compartimos con Carlos García, Trabajador Social de la Asociación Deméter y que no dejó indiferente a nadie. Es difícil enfrentarte a la narración de episodios de violencia de género en la voz de un/a menor sin sentir la urgencia de movilizar al mundo para proteger a las víctimas, mujeres y sus hijas e hijos.
Partimos de la base de que somos los padres/madres los que decidimos, en términos generales, tener hijos/as y la responsabilidad de proteger, cuidar y respetar a estas personas, velar por sus derechos y bienestar. Cuando en una familia hay alguien, en este caso el progenitor, que ejerce violencia en cualquiera de sus formas, está dejando de cumplir con esa responsabilidad y por tanto no está ejerciendo como un ‘buen’ padre.
La mayoría de las mujeres que sufren violencia de género manifestará que sus hijos e hijas son la principal causa por la que no interponen una denuncia y se separan de sus parejas. No es que no quieran separarlos de su padre, más bien pretenden evitar dejarlas/os a solas con él ya que no podrán defenderlas/os. Permitidme que me cueste creer que cuando la mujer consigue poner fin a la relación, ese mismo padre se convierta, por arte de magia, en el mejor del mundo y quiera, de pronto, cumplir con obligaciones y responsabilidades olvidadas durante los años de convivencia.
Además, cuando en los casos de violencia de género se determinan medidas como compartir la patria potestad y establecer un régimen de visitas, no se vela por los derechos de la/el menor, sino que muchas veces constituye una oportunidad para que el hombre pueda seguir controlando y maltratando a la mujer. A las personas que justifican los regímenes de visitas alegando que es ‘su padre’, les recordaría que cuando ejercía la violencia, a las personas a las que exponía a una situación de angustia, inseguridad y miedo eran ‘sus hijas e hijos’.
Vivimos en una sociedad que ofrece la imagen de defensa de la igualdad, los derechos de la mujer y las/los menores y destina fondos para ello. Sin embargo, estamos ante dos realidades: Una es que muchos de esos fondos se dedican a publicidad y las cuantías que llegan a las entidades que trabajan con las víctimas, en este caso las/os menores, son deficitarias. Y la otra es que nuestra sociedad sigue siendo machista y se rige por un patriarcado en el que se defiende al hombre/padre por encima de todo, incluso y a pesar de que esa persona sea un maltratador.