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“Lo que no se ve no se combate”. Esta es una de las ideas sobre las que queremos reflexionar en la Asamblea de Mujeres Periodistas y Comunicadoras de la Asociación de la Prensa de Málaga cuando estamos ante una nueva celebración del Día Internacional contra la Violencia sobre las Mujeres.  Una reflexión que hacemos cuando se conoce el último dato:1027 mujeres asesinadas en España por sus parejas o ex-parejas desde 2003, 41 de ellas de la provincia de Málaga -el artículo fue remitido el pasado 21 de noviembre-.

Atrás quedan los tiempos en los que la violencia machista quedaba oculta en el interior de las casas.  Nosotros los medios de comunicación ayudamos a salar a la luz este tipo de violencia, cada vez que relatábamos un crimen machista, pero en lo que aún no hemos profundizado suficientemente es en sus causas. Los medios de comunicación trasladamos a la ciudadanía nuestra visión del mundo, pero contamos exclusivamente lo que vemos. Hay hechos que no vemos. Son hechos que tenemos normalizados, que forman parte de la realidad, pero no consideramos que deban formar parte del debate y por tanto no los valoramos como noticiables.

Sabemos que la igualdad entre hombres y mujeres sería la mejor prevención contra la violencia sexista, pero no nos planteamos como son hoy esas relaciones. Debemos preguntarnos qué es lo que alimenta, en una sociedad democrática y avanzada, ese modelo de hombre que sigue considerando a la mujer como un objeto de dominio, y que responsabilidad tenemos en ello los medios de comunicación.

Los expertos en comunicación dan mucha importancia a la fuerza de los estereotipos, esas ideas preconcebidas que nos asignan características de personalidad y roles determinados según nuestro sexo. Debemos preguntarnos qué estereotipos estamos reproduciendo para que subsista un determinado modelo de hombre que se siente superior a las mujeres. Un modelo de hombre que establece una fuerte alianza con otros hombres similares a él y que no ve a las mujeres a su mismo nivel. Es ese modelo de hombre que primero seduce, luego aísla y después agrede. ¿Qué motivaciones tienen en común los agresores sexistas?

Las mujeres de hoy ya no somos sumisas, sino ciudadanas de pleno derecho y, esto, choca de frente con ese tipo de masculinidades que basan su hombría en el dominio. Este es un conflicto que hay que sacar a la luz porque pone en cuestión y debilita el modelo de sociedad igualitaria al que aspira cualquier democracia.

La violencia sexista es un problema social de dimensiones estructurales que sigue requiriendo un tratamiento informativo cada vez más especializado, que no se quede en los hechos. Hasta ahora hemos conseguido trasladar el rechazo social a la violencia de género y el castigo penal que reciben los agresores; también hemos sabido hacer llegar a las víctimas el mensaje de que de la violencia machista se puede salir.  Ahora tenemos que dar un paso más y poner de relieve las relaciones de dominio-sumisión, sacarlas a la luz para que la sociedad entera pueda plantearse el pozo oscuro al que conducen.

La lucha por la igualdad no es una pelea entre hombres y mujeres sino entre modelos sociales. Mal vamos si así se entiende. Los hombres no deben sentirse cuestionados por el simple hecho de ser hombres. Lo que resquebraja nuestra convivencia es un determinado modelo de masculinidad trasnochada que no mira de tú a tú a las mujeres. Para acabar con la violencia machista hay que cuestionar esos modelos desiguales.

Mujeres y hombres debemos trabajar en complicidad para ofrecer una sociedad más ética y más justa a las futuras generaciones.  Hacer equipo es nuestra mayor esperanza de futuro.